Felipe: El señor de los cielos

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El reino de los cielos ha llegado a México con mucha pompa y en consonancia con el recién decretado “Día del Policía”. Dicho advenimiento ha causado que los apóstoles que recibieron la gracia divina tienen ahora el encomiable deber de llevar el nuevo evangelio, junto con algunos órdenes de aprehensión, a todos los rincones de país, menos, desde luego, ahí donde gobierna el narco.De igual forma, esta legión de prístinos sacerdotes de lo cívico tendrán la tarea de convencer a esa nueva versión de los bárbaros que habitan las universidades de México para que estos adopten la fe verdadera, la de las balas, los muertos y la corrupción. Los jóvenes universitarios, dicen los curas portadores de AR-15 a modo de cruz, son un desperdicio que bien pueden ser de provecho federal. ¿Fe o Bala? exclaman esta especie de cruzados tropicales.

Esta apocalíptica visión de México, cortesía de nuestro Francisco Franco doméstico (Felipe, pues), responde a una ausencia de dignidad dentro del régimen que profiere cuanta ocurrencia pasa por sus fanatizados cerebros. Si acaso tales dichos no causaran las muertes y desgracias consecuentes, seguramente serían tan risibles como los “dislates” a los que nos tenía acostumbrados Vicente Fox. Pero no es así.

La iglesia católica mexicana, ha dado indulto de facto (¿de que otra forma?) a todo policía y militar, secretario y “presidente” que ha causado bajas entre la población civil. Como “necesarias” se han calificado las más de 45,000 muertes (contabilizadas) resultado de esta demente expresión de la adoración por la muerte. Un locura atroz la ausencia de mesura en las declaraciones de estos enemigos del país quienes, no obstante la tragedia nacional, aún la celebran, glorifican, santifican.

Para el ciudadano común quizás resulte un episodio más del anecdotario nacional, sin embargo: ¿Qué dirán aquellos sobrevivientes de estas muertes “necesarias”? ¿Su patriotismo serán tan ferviente como la fe de estos sotanudos que predican sobre los huesos ajenos?Lo dudo; es propio del sentido común dudar del exterminio como la salida a un problema de índole político-económico como lo es el narcotráfico.

Nuestra indignación de oficio (aquella que surge y se va) profiere una maldición en contra de ellos, pero la indignación que perdura guarda la factura de esa deuda que tiene pendiente la iglesia católica con la sociedad civil. Una deuda histórica, en todo caso, en la que la iglesia (junto con una parte de sus fieles) son responsables de la ruptura del pacto social, de la violencia y de la impunidad que reina por encima de toda ley escrita y no.

Y tendrán que pagar ese costo si es que pretenden seguir impartiendo su culto medieval en este país.