miércoles, 12 de enero de 2011

Para haitianos, difícil reinicio en México (y entonces para que te los trajiste caladron)


Samuela llegó al puerto de Veracruz después de 10 días de mar. En Haití dejaba los restos sepultados de sus padres que nunca pudieron ser rescatados del cuarto piso del edificio en el que vivían. Ahora, huérfana, a sus 17 años, lamenta no haber tenido un lugar en donde velarlos, tampoco pudo rescatar ninguna fotografía que le devolviera un pedazo de su historia.

Su único hermano, quien también se quedó sin casa, buscó asilo en Estados Unidos, odontólogo de profesión, permanece en ese país sin posibilidades de albergar a su hermana.
Érick y su esposa recibieron a Samuela en el barco que la trajo a tierras mexicanas: otro idioma, otro clima, costumbres distintas, todo eso encontró a su llegada.
Samuela, con su poco español, esperaba que el gobierno mexicano la tratara mejor y le diera más apoyo para sus estudios de preparatoria, pero lamenta que “la ayuda ha sido poca”.
La familia que alberga a Samuela convive en el mismo espacio, muy hacinada. Ella no pierde la esperanza de mudarse a otro país donde las posibilidades de estudio y trabajo sean mejores.
Vivir con miedo
A Fred Saimplice la palabra terremoto le provoca terror. Llegó a México el 16 de marzo huyendo no sólo de la posibilidad de sufrir los embates de otro sismo en su país, también de los problemas políticos.
Cuando todo era caos en su país, supo que México estaba ofreciendo refugio a los habitantes de Haití y decidió viajar, porque todo lo que tenía se cayó, la escuela, el lugar donde trabajaba, su casa. Hoy Fred vende en un mercado y estudia odontología en la UNAM. Ha vivido cierta discriminación en México, aunque lo que más le preocupa es la inseguridad.
“Salí de un país peligroso para entrar en otro, en cuanto oscurece corro del trabajo a la casa, tengo temor en México”, comenta Fred mientras su primo Vladimir acepta, que para él ha sido sumamente difícil adaptarse a otro país, con otra lengua, y otro clima, y a costumbres tan distintas a las suyas.
Ambos viven el día a día, sin hacer planes a futuro, pues entendieron, a fuerza del poder de la naturaleza, que todo se puede “terminar en un segundo”.
René Saint- Louis, aún recuerda las pilas de cadáveres que se amontonaban en la calle a su paso los días siguientes al terremoto. Perdió a sus dos hermanos Nadine de 25 años, Joel de 27.
Él vive en Oaxaca, México, ese 12 de enero llegó a Haití cuando todo comenzó a derrumbarse por el temblor. Iba a la celebración de un cumpleaños de su familia.
Tardó varios meses en volver a Oaxaca. Desde entonces no ha podido olvidar la voz, los gritos de los heridos entre los escombros pidiendo ayuda, y la desesperación de un amigo cercano buscando el cuerpo de su mujer embarazada, el cual nunca apareció.
Sus amigos en México comenzaron a enviarle ayuda: tiendas de campaña, alimentos y comprobó lo que alguna vez pensó, que el pueblo mexicano es solidario. “Lo que yo sentí durante el terremoto es como si alguien me hubiera sacudido pero con mucho enojo”.
Hoy define a su país como un Haití caótico, donde la cólera sigue aniquilando a la gente. El ministro consejero de la embajada de Haití en México, a nombre del embajador, agradece al pueblo de México su solidaridad.

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