domingo, 22 de agosto de 2010

PARADOJAS DE UNA TRANSICION OMORCILLADA

Hacia finales del siglo XX la vida política de México era acariciada por refrescantes vientos de cambio. Hechos y situaciones que el país nunca había vivido se convirtieron en parte de la vida cotidiana. Las sucesivas reformas electorales abrieron paso a un régimen de partidos más competitivo y equitativo y a una autoridad electoral autónoma y confiable. El sufragio efectivo, finalmente, era conocido y reconocido en las elecciones mexicanas.
Los heroicos ejemplos de cierta prensa escrita terminaron por permear al resto de competidores. Los medios de comunicación se vieron obligados a ejercer la crítica, abrirse a la pluralidad e informar con mayor veracidad, so pena de sucumbir frente a la avidez de una ciudadanía cada vez más activa y exigente.
La creciente presencia local y nacional de las organizaciones políticas se tradujo en triunfos municipales y estatales, finalmente reconocidos. El nuevo mapa político y la diversidad del menú realmente existente, anunciaban que el país estaba listo para la alternancia en el más alto nivel de representación.
Así lo demostró, sin lugar a dudas, el formidable éxito de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988. Sin embargo y pese a lo cuestionado de su triunfo, Carlos Salinas y sus reformas le dieron oxígeno al agónico régimen de partido único, pero el asesinato de su candidato, Luis Donaldo Colosio, la mediocre presidencia de Zedillo y las disputas internas en el PRI, abrieron de par en par las puertas de Los Pinos en el 2000.
No hubo necesidad de que Fox las tumbara a patadas, ni el PRI ni el PRD hicieron un diagnóstico correcto de la situación y no fueron obstáculo para que el señor de los ranchos cumpliera el capricho de su amada amante y le construyera su cabañita en Los Pinos ¿qué habrá sido de ella por cierto? de la cabañita, no de la amada.
Se conoce de sobra el parto de los montes en que derivó el pretendido gobierno del cambio. Demasiado ruido y ni una tepocata en el tanque. También es un hecho que, haiga sido como haiga sido, en 2006 el PAN logró mantenerse en Los Pinos. No digo en el poder ni en el gobierno porque sería un exceso.
A diez años de distancia, el desolador paisaje nacional pone de manifiesto que el PAN no estaba preparado para gobernar, pero también que el país no está hecho para que lo gobierne la derecha. El desencuentro viene de origen. Las fuerzas conservadoras, con el santo oficio como escudo y espada, se opusieron a la independencia y luego apoyaron a Iturbide y su efímero imperio.
Combatieron a Juárez y sus leyes de reforma. Se pusieron del lado de los invasores franceses y norteamericanos. Fueron y siguen siendo porfiristas, por eso lo añoran y quieren traer sus restos. Se alzaron en armas contra los gobiernos de la revolución y la Constitución de 1917. Se opusieron a la expropiación petrolera y fundaron el PAN para enfrentar al cardenismo.
En síntesis, la derecha y el PAN son enemigos históricos del Estado laico y sus instituciones, ergo, nadie debería sorprenderse con el espectáculo montado por el cavernal Sandoval Íñiguez y la jerarquía religiosa. Ni de las tropelías del padre Maciel y sus legionarios. Ni del cómplice silencio del gobierno federal.
Por eso las “fiestas” del centenario y el bicentenario van a contrapelo y no prenden. Todo lo han reducido a un montón de spots patrioteros (para felicidad de los concesionarios). A pasear con pompa y circunstancia los huesos de los héroes. A preparar un desfile de carros alegóricos al estilo del desfile de las rosas de Pasadena. A las trilladas telenovelas “históricas”. No pueden festejar algo que les es ajeno, lo que confirma el adagio del prócer: La forma es fondo.
Por eso la esperada transición se amorcilló, como los toros de lidia, que ya llegan a sus últimas faenas. Los ansiados cambios no llegaron, el país perdió la brújula y el timón. Pero aunque anda al garete no está muerto, ni mucho menos de parranda. La gente se organiza a su manera y hace oír sus voces a través del internet, como en la tradición oral de antaño.
Y no todo es parálisis, el Distrito Federal así como quien no quiere la cosa, se ha convertido en el San Francisco -espacio de tolerancia y libertad en Estados Unidos desde los gloriosos 60- de Latinoamérica, mientras buena parte del país (principalmente el centro y el Bajío) parece haber regresado al oscurantismo del Medioevo.
Resulta paradójico que mientras el mundo ve con horror al México bárbaro cuya “guerra” ha cobrado cerca de treinta mil muertes, de repente se encuentra con que, al mismo tiempo, su ciudad capital se pone a la vanguardia en materia de reformas que reconocen y legalizan los derechos plenos de minorías que aún son criminalizadas en la mayor parte del orbe. Cosas veredes, pensarán incrédulos.
Fuente de información, Juvenal González - Opinión EMET

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